miércoles, 19 de diciembre de 2012

IDENTIDADES DE GÉNERO IIª PARTE

La mujer oculta.

Las mujeres hemos perdido nuestra identidad original.

Muchas veces en la filosofía feminista, se hacen una serie de referencias crípticas y místicas, “la mujer salvaje”, “la antigua diosa”... esto no es más que es resultado de una búsqueda de nuestra identidad, que perdimos casi a los albores de la civilización y justo con el principio del patriarcado.

La Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche. Dondequiera que estemos, la sombra que trota detrás de nosotros tiene sin duda cuatro patas.” (Pinkola Estes, 2007, Prefacio).
La mujer salvaje, es aquella naturaleza femenina que está atrapada y que no somos capaces de liberar, ya que la identidad de la mujer fue creada por los hombres patriarcas, a favor de sus intereses y bajo sus preceptos discriminatorios, y nosotras aun no hemos podido encontrar aquella naturaleza original que perdimos.

Esto ocurre porque vivimos bajo unas normas morales, que para mantenerse deben crear falsas apariencias, evitando que se produzca el conflicto directo con una ética fuertemente discriminatoria donde la mujer es la gran perjudicada.

Cuando se habla de “intuición femenina”, no es más que aquella capacidad para darse cuenta de las afrentas a pesar de que todo alrededor ofrece mensajes contradictorios.
La violencia y la marginación que sufre el sexo femenino, siempre queda cubierta por el velo de la culpa, la autoresponsabilización o la histeria.
La identidad que las mujeres tomamos bajo la tutela del patriarcado, o también llamada feminidad, puede explicarse o clasificarse de diversas formas, pero aquí vamos a hacerlo de la siguiente manera y bajo el título de los siguientes puntos :

  • La mujer para otros.
  • La madre abnegada.
  • Enemigas de nosotras mismas.
  • Sexualmente disponibles.

Como “mujer para otros”, vendrían a conjugarse todas las características tradicionales de la mujer abocada a la vida privada y doméstica, la madresposa (Lagarde, 2000).

· Disponibilidad.
· Sumisión.
· Obediencia.
· Preocupación.
· Dulzura.
· Comprensión.

La disponibilidad de nuestro tiempo para uso y disfrute del resto de miembros de la familia. La sumisión para aceptar nuestro papel en el hogar. Obediencia para que prevalezcan las opiniones e ideas de los varones de la casa frente a las mujeres que deben tener un papel servil, de lo contrario tendrían importancia las acciones de las mujeres y sería un enlace con la vida pública. Preocupación por el bienestar ajeno frente al propio, fundamental para garantizar la dispensación de los cuidados debidos al resto de integrantes del núcleo familiar. Dulzura, para sobrellevar la tarea de cuidados domésticos y atenciones con la naturalidad que se le adjudica al sexo femenino, “cuidas porque ese es tu papel, porque se te valora por ello y porque sólo así conquistarás la felicidad”. Por último, la comprensión sobre los errores y acciones ajenas, implican la clave para soportar situaciones de abusos y de riesgo contra su propia integridad, así como para cargarse la responsabilidad siempre a través de la autoinculpación y la consiguiente exculpación de quienes nos rodean.

Este rol ha sido contundentemente criticado por los movimientos feministas del siglo pasado y de éste, de tal modo que ya han sido llevados a la deconstrucción y a la reprobación social. Hoy en día, todo el mundo asimila ese papel tradicional femenino con machismo explícito, incluso cuando se trata de la realidad de la mayoría de los hogares.
Por eso el papel de “madre abnegada” no es más que la continuación del rol anterior, para la prosecución de las mujeres en la vida doméstica.


Cuando las mujeres ya han salido de sus casas para enfrentar su papel en la vida pública, aparece la revalorización del papel de la madre.
Esto es una maniobra del postmachismo reaccionario, que cambia lo anecdótico y superficial para hacer prevalecer lo esencial de la moral tradicional y que todo siga como siempre. Por eso las nuevas posturas se muestran de acuerdo con que las mujeres trabajen fuera de la casa y disfruten de ciertos derechos y libertades, siempre y cuando continuen siendo las protagonistas dentro, sirviendo y cuidando de los hombres, que en consecuencia, gozarán de más tiempo libre para realizarse públicamente y para sus proyectos personales, tomando ventajas sobre sus compañeras.
Ahora el discurso se centra en aquella parte de la identidad femenina que nadie se atreve a discutir : su papel de madre. (Lorente, 2009).
La lactancia materna, el cuidado de las hijas e hijos, las voces que dicen que las criaturas deben estar junto a sus madres el mayor tiempo posible y que sin embargo no reclaman la misma responsabilidad para los padres.

A toda mujer que pone empeño en realizar sus proyectos personales y su carrera profesional, se la azota con la fusta de la culpa, se la acusa de ser una desnaturalizada, y se la responsabiliza por todos los posibles traumas y males que vaya a sufrir su descendencia, puesto que ese tiempo que la mujer invierte en sus intereses personales, se lo resta al cuidado hogareño que necesitan las hijas y los hijos y que sólo una madre puede proporcionar. Y es que acusarla de descuidar al marido ya no tiene efecto, pero ¿quién va a poner en entredicho el bienestar de los menores?

Esta característica binaria de la feminidad que ha traido la modernidad, y que implica ser la mejor esposa y madre al mismo tiempo que se trabaja fuera del hogar para traer dinero, junto con otras posibles obligaciones como formar parte activa del AMPA, han creado una confusión en la identidad de la mujer, que se ve obligada a ser la mujer perfecta para rendir en su nuevo papel.
Es lo que Marcela Lagarde ha definido como mujeres sincréticas (2000), y Miguel Lorente lo hace con la frase “ser una mujer 10 sin dejar de ser un 0 a la izquierda” (2004 y 2009).
Ahora la mujer debe corresponder a “su naturaleza” de madre abnegada, y por lo tanto, ocuparse de las tareas de cuidados con dedicación, y al mismo tiempo ser moderna, haciendo cara también a su papel como profesional, es decir, debe vivir sobreestresada y asimilarlo sin rechistar.

No olvidemos además, que todo este trabajo que queda en manos de las mujeres, ha sido devaluado e infravalorado por tratarse de una actividad tradicionalmente femenina. Esos cuidados necesarios para la supervivencia de la especie, han sido realizados gratuitamente por las mujeres, y despreciados por la sociedad en general, asi como ha ido ocurriendo con cualquier actividad típicamente feminizada.

Las mujeres somos nuestras peores enemigas”. Se trata de un solgan que ha cogido fama, todas hemos llegado a creérnoslo. Nos criticamos a las espaldas, nos robamos los novios o los maridos, competimos, ejercemos la violencia psicológica hacia las demás...
Dicha idea enfrenta a las mujeres entre sí al presentarlas como rivales siempre dispuestas a arrebatarse lo que cada una de ellas posee.” (Lorente, 2009 : 114).

Esta es la cara del tabú de la sororidad, otra sabia maniobra de las sociedades androcéntricas para evitar que exista la solidaridad y la alianza entre mujeres.
Cuando leemos estudios sobre la violencia entre adolescentes, las peleas entre chicas suelen ser con frecuencia causadas por los novios : “iba detrás de mi novio”, “queria quitarme a mi chico”, “estaba ligando con mi novio y le tuve que dejar las cosas claras”.
Todo esto son síntomas de que las mujeres nos hemos creído eso de que somos nuestras propias enemigas (Rovira, 2007).
En ocasiones, somos incapaces de defendernos si queremos encajar en el grupo y no sufrir exclusión. Cuando se margina a alguna compañera por tener un comportamiento no aceptado para las mujeres por el grupo social, como demostrar libertad sexual o no manifestar dependencia emocional de relaciones heterosexuales, entonces el resto de mujeres, conscientes de la crítica a la que ha sido sometida esa persona, evitan seguir su mismo camino. Aprenden a no salir en defensa de sus compañeras, incluso ejercer las mismas críticas sobre ellas, para no sufrir su misma suerte.

Como “sexualmente disponibles”, las mujeres hemos llegado a perder incluso la soberanía de nuestro propio cuerpo.
Siempre consideradas como objetos de contemplación, como las acompañantes de los hombres, relegadas a un segundo plano y preparadas para proporcionarles placer; esta característica tan arraigada ha acabado formando parte de la identidad femenina.
Reinas de la belleza, siempre guapas, maquilladas, usando tacones, fajas, sujetadores con rellenos, en los casos más extremos, operadas, siliconadas, estiradas... en definitiva, respondiendo a unos estándares de belleza, cuyos parámetros han sido creados bajo la mirada del hombre y respondiendo a sus gustos.
La sexualización de la imagen de la mujer ha dado lugar a la cosificación. Despojarnos de nuestra humanidad, hace mucho más fácil convertirnos en objeto y negarnos ser sujeto, y en consecuencia, utilizarnos, acosarnos o agredirnos también resulta mucho más sencillo.

Por una parte, se nos exige mostrar nuestra sexualidad como si se tratara de una joya, para obtener atenciones de los hombres, por otra, se nos juzga malintencionadamente por lo mismo, incluso se nos agrede, desde la violación simbólica, castigando a las mujeres por exhibir su belleza, hasta la violación real, culpabilizando a la víctima por su forma de vestirse o comportarse. Culpar a la mujer tiene además la ventaja de minimizar la responsabilidad del hombre agresor.

Para obtener reconocimiento social, las personas debemos encajar perfectamente en nuestras identidades asignadas. Por eso las mujeres, en su mayoría, van a desarrollar actitudes que cumplan con todas las funciones descritas. Van a intentar ajustar su aspecto a los estándares de belleza patriarcales, van a buscar su felicidad en la maternidad y en el criado de sus hijas e hijos, van a tratar de mantener relaciones monógamas, heterosexuales y duraderas, y a mantenerse alejadas del feminismo; incluso cuando todo esto va en detrimento de su salud, de sus proyectos personales, de su promoción profesional y de sus libertades individuales, asi como de su valoración como ser humano.

Últimamente, cuando en los instituos trabajamos talleres de género (Moviment Eva, Port de Sagunt) y se comienzan por las tormentas de ideas o brainstorming, a la pegunta sobre las características de las mujeres, mucha gente pone los siguientes adjetivos :

  • Quejicas.
  • Lloronas.
  • Todo les molesta.
  • Se quejan de cualquier cosa.
Ésta es otra de las respuestas naturales a los mensajes del postmachismo. Para minimizar la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres, a ellas se las acusa de exageradas, de histéricas.
Uno de los elementos que más a jugado a favor de la perpetuación del patriarcado [...] se ha basado en la resta de credibilidad a las mujeres.” (Lorente, 2009 : 111).
Cuando un colega o compañero, a pesar de no tener demasiada confianza, nos toca los hombros para saludarnos, nos ponen una mano en la cintura para que nos apartemos y poder pasar o nos tocan el pelo porque tenemos una pelusa, nos sentimos incómodas, como es normal. Sin embargo ellos niegan la intrusión o acoso en estas acciones, y toman las quejas de las mujeres como ridículas, y lo mismo con cualquier tipo de acoso y violencia que ejercen contra ellas.
Esta supuesta exageración se ha asimilado en el contexto social, y ha conseguido que la violencia no explícita se vuelva invisible y que las mujeres sufran en silencio el malestar consecuente de esta violencia, y que lo achaquen a algo interior en vez de a algo exterior.


El guerrero, el rey y el patriarca.

Los hombres construyeron su identidad para que sea una herramienta de control y dominación.

El patriarcado comienza con la toma en posesión de las mujeres para usarlas como capital humano, a ellas y a su descendencia.
La privación de la sexualidad libre femenina es el primer paso de la aculturación de la mujer, mientras que la apropiación de su producto natural, el hijo, es el primero del dominio sobre ella.” (Sau, 1986 : 21).
El uso de mujeres como propiedad privada tuvo que ir necesariamente acompañado de violencia, para obligarlas a conformarse con el nuevo papel asignado a la fuerza.

Por otra parte, esto comenzó a suceder en una era de la historia en la que las poblaciones empezaban a expandirse invadiendo a otras vecinas. Todo ese proceso fue acompañado de batallas, guerras y episodios de violencia, donde la figura más valorada era la del asesino más sanguinario, aquel que más enemigos mataba en batalla, y a quien eran entregadas las mujeres capturadas en compensación.

Un hombre violento, un guerrero, poseedor de mujeres a su disponibilidad como objetos de placer, uso de mujeres y de sus hijas e hijos como propiedades privadas... Esta figura de la virilidad es precisamente la que permanece aún hoy.

Cuando en los talleres de género se hacen las tormentas de ideas respecto a las características de los hombres, todo el mundo coincide en las mismas (MonográficoGénero y Prevención de Violencia desde la Animación Juvenil en adolescentes”, Erick Pescador Albiach, Port de Sagunt 2011).

  • No tener nada de feminidad.
  • Heterosexualidad (homofobia).
  • Proveedor.
  • Protector.
  • Infalible.
  • Fecundador.
  • Agresivo.
  • Deportista.
  • Competitivo.

La primera característica que debe tener un hombre, es no parecerse en nada a una mujer, y por lo tanto, no tener ninguna de las características que se les suponen a ellas (ternura, dulzura, cuidadora, comprensiva). Un hombre que tenga características afeminadas, no es considerado un hombre de verdad y no entraría al club de los fráteres, ya que no estaría manteniendo su masculinidad, y por lo tanto perdería poder frente a otros hombres. Por esto mismo, un hombre debe ser heterosexual, porque la homosexualidad es asimilada a los hombres femeninos, y porque los homosexuales no ejercen la dominación sobre las mujeres en las relaciones afectivo-sexuales.


Las siguientes son el ser proveedores y protectores.
Se dice que en el pasado hubo un pacto de convivencia entre hombres y mujeres, en el cual ellas ofrecerían respeto a sus maridos, y ellos la manutención de las esposas y de los menores. Por respeto entendemos acatar la voluntad, y por mantener, entendemos tenerlas en casa con la pata quebrada.
A partir de este papel tradicional del marido como aquel que lleva el sustento a la casa, se identificó ser hombre con tener trabajo y dinero, tanto que en algunas familias el primer trabajo de los hijos se ha considerado un verdadero rito de paso de niño a hombre, y que muchos varones ven amenazada su masculinidad cuando pierden su trabajo o no consiguen ninguno.
Por otra parte, el binomio mujer-débil/hombre-fuerte ha generado la creencia de que son ellos quienes deben protegerlas a ellas de todos los peligros del mundo. En un mundo de hombres, una mujer sola está expuesta a agresiones, pues estos ya se encargan de hacerlas sentir vulnerables en las calles (acoso verbal). El papel del hombre entonces, incluye preservar la integridad de la mujer frente a las amenazas que pueda sufrir (hasta el momento en que sea él mismo quien suponga el riesgo para la integridad de su compañera).
Mantener a la familia y protegerla se han convertido también en características que los hombres hacen inherente a su identidad y a su condición de varones.

La infalibilidad es otra de las propiedades que se le otorga a la virilidad.
Vivir el riesgo con estoicidad es parte de la vida de los hombres y adolescentes. A través de las acciones de riesgo ponen a prueba su masculinidad para exhibirla y reforzarla, lo cual les otorga un status en el grupo.
Estos riesgos tienen diferentes formas de manifestarse : beber alcohol hasta perder el sentido, probar todo tipo de sustancias, sobrepasar los límites de velocidad al conducir (cuanto más se sobrepase mejor), ponerse frente al toro en las fiestas populares, pelearse, etc. Actividades que suponen un riesgo para la salud y para la vida todas ellas, y que los hombres practican con más o menos frecuencia en su día a día.
El hecho de vivir las enfermedades con despreocupación, también es un rasgo de la creencia en la infalibilidad masculina. Hombres que no se preocupan de su propia salud, que son arrastrados por sus mujeres a las consultas médicas, ya con serios problemas de colesterol, tensión o azúcar, y que siguen negándose a cuidar de sí mismos (pues para eso ya están las mujeres), obligando a sus compañeras a movilizarse y a ir tras ellos tratando de convencerlos de que muestren algo de interés por su propia salud. Este papel de la mujer, pendiente en todo momento del estado del marido despreocupado, no hace más que volver a posicionar el papel del hombre como centro de todo, ya que obliga a la esposa a actuar por y para él.

Ser fecundador también es una característica que refuerza la masculinidad.
Cuando el ser humano descubrió el secreto de la procreación, el protagonismo dejó de ser de las mujeres, que, ya presas del patriarcado y usadas como propiedades de los varones, se convirtieron en fábricas de hacer hijas e hijos, para pasar al hombre, quien pasó a considerarse el sujeto importante en el proceso de reproducción. Tanto es así, que hoy en día todavía podemos leer definiciones de masculino como “que está dotado de órganos para fecundar” (RAE). El hombre fecunda (activo) y la mujer es fecundada (pasivo).
Saberse capaz de preñar a la mujer pasa a ser también, una condición para la identidad masculina tradicional.

Ser agresivo, deportista y competitivo, son tres características fundamentales para la construcción de la masculinidad, y que están muy relacionadas entre sí.
Ya desde la infancia, los niños saben que deben poner a prueba su condición, respondiendo de la forma en que la sociedad considera adecuada ante la agresividad. Las peleas son una forma de exhibir un carácter belicoso y al mismo tiempo de no dejarse amedrentar. No sólo refuerza la identidad, sino que puede otorgar una mejor posición y consideración dentro del grupo.
Esas demostraciones de agresividad y de fuerza son parte de la actividad diaria en los institutos, donde los adolescentes tienen que manifestar que ya son hombres y que se merecen el prestigio que ese título otorga.
Esa agresividad no sólo se prueba entre ellos, con peleas (si existe animadversión) o con juegos que sirven para medir fuerzas, como los empujones que implican cierto grado de afectividad (si existe amistad). Otra manera de hacer alarde de ella, es usándola contra las chicas. La violencia verbal que se usa en las conversaciones entre hombres para hablar de las mujeres, es otra ocasión cotidiana donde ellos pueden fortalecer su masculinidad frente a los demás.
Esto al mismo tiempo reaviva el “pacto entre hombres”, la pertenencia al “club de los fráteres”, ese grupo exclusivamente masculino, en el cual las mujeres no pueden entrar ni conocer lo que en él ocurre, y a través del cual se posicionan como referentes, dominadores y protagonistas.

El deporte como forma de ocio preferida para los chicos, es otra peculiaridad que mantiene el status quo de esa dualidad mujer-débil y hombre-fuerte, ya que para ellas se elige otro tipo de ocio que no estimula sus capacidades físicas, al mismo tiempo que da rienda suelta a la agresividad de quienes lo practican, aunque más que de dar rienda suelta a una supuesta agresividad inherente, deberíamos hablar de agresividad adquirida como aprendizaje en ambientes de violencia. Los deportes de contacto fuerte, de lucha, de gran competitividad, suelen ser los favoritos.

La competitividad, ya para acabar. es una de las partes más importantes de la identidad masculina.
Una identidad que se construye a partir de la figura del guerrero, aquel que mata en la guerra y que posee a las mujeres como recompensa a sus hazañas. Más tarde, se apropia además de los esclavos capturados, pues la explotación de los hombres hacia las mujeres, abre la puerta a todo tipo de explotación humana.
La esclavitud de las mujeres es sin duda el modelo para esclavizar a los sujetos o grupos humanos vencidos en la lid.” (Sau, 1986 : 22).
La figura del guerrero con grandes posesiones de capital humano, evoluciona y se traspasa a la figura del rey durante la edad antigua, aquel que posee el poder sobre la vida de quienes habitan su feudo y que sigue saliendo a la guerra encabezando su ejército.
Con el fin del feudalismo y el comienzo del capitalismo, el pacto de igualdad entre hombres que se genera a partir de la ilustración, incluye de manera implícita que todos sean reyes. Sólo uno puede ser el mejor hombre, pero a partir de entonces todos serían los reyes en sus hogares, con la potestad sobre la vida de la mujer y de su prole.
Sin embargo, ese afán de ser el mejor de los hombres, ha perdurado y se mantiene actualmente. Ser el varón con más status o mejor considerado en el grupo, es una importante condición para aquellos hombres que han decidido identificarse con esa masculinidad tradicional y hegemónica, ser machos machistas, y buscarán competir con los demás por obtener el título de macho alfa.

Como podemos apreciar, todas estas cualidades mencionadas son absolutamente incompatibles con la convivencia en democracia, igualdad y paz.
La agresividad y la violencia, la competitividad, la lucha por mantenerse en un papel de dominación, y el rechazo a la ternura y a la ética del cuidado, van en contra de la sociedad igualitaria que deseamos, ya que dentro de ese juego de roles, donde el más bárbaro es el más valorado, no hay cabida para todas y todos, por el contrario, se da la discriminación, la violencia para perpetuar un poder adquirido por nacimiento, y la exclusión tanto de las mujeres como de los hombres que no responden a la identidad masculina hegemónica.


Yo machista, tú machista, él y ella machistas.

El primer paso para curarse de la misoginia, es reconocer que se está contagiada o contagiado.
Y es que vivimos en una sociedad donde llamar a alguien machista se considera una gran afrenta, sin embargo, serlo no parece tan grave, siempre que no se salga de unos límites establecidos como normales. Comportamientos tan graves como la exclusión y la violencia se han revestido de normalidad, nos bombardean con publicidad bilogicista que trata de demostrar que la agresividad es innata en los varones y la timidez o la dulzura es natural de las féminas, para ocultar la realidad, que se trata de un producto creado por el orden social establecido, a través de sus instituciones y su propaganda.
Sin embargo, interesa que la población crea que son realidades naturales e inamovibles, para poder recrear el status quo dominante del patriarcado, donde tanto los hombres como las mujeres, somo víctimas de tener que escenificar unas identidades forzadas, que nos situan en riesgos y nos proporcionan infelicidad.

Si queremos romper con la dictadura de los roles, debemos empezar por comprender cómo se han construído y porqué.
A partir de ese momento, estamos preparadas y preparados para deshacernos de ellos.

El trabajo de deconstrucción de la feminidad, comenzó hace años. Las mujeres ya no somos las guardianas del hogar, sin embargo, tampoco hemos abandonado ese papel. Nos encontramos en un período de transición, cuya duración depende en gran medida, de que los hombres empiecen por deconstruir la identidad masculina vigente, y construyan otras formas de ser hombres, más relajadas, libres de violencia, preparadas para entrar a disfrutar de la vida doméstica y familiar, del placer de cuidar y de garantizar la vida y el bienestar a quienes les rodean, en lugar de vulnerar su seguridad y su integridad.
De ese modo, estaremos más cerca de la igualdad real de oportunidades y de la corresponsabilidad total, tanto en el ámbito privado como en el público.

Si aquellos roles divididos y rígidos se han adquirido a través de la educación, los nuevos también pueden llegar por esa vía.


En la enseñanza reglada, existe la discriminación de género. En los planes de estudio apenas aparecen figuras femeninas, luego el estudiantado aprende que las mujeres no han participado en la historia ni en la creación de saberes.
Es deber de la escuela coeducativa, recuperar la historia de las mujeres para enseñar sin sesgo machista, o de lo contrario, los y las alumnas caerán en la creencia de que la cultura ha sido desarrollada exclusivamente por hombres, y que por lo tanto no existe la pretendida igualdad, ya que ellos han sido más capaces desde siempre, invitando a los chicos a desarrollar cierta prepotencia, y negando a las chicas la oportunidad de sentirse identificadas con figuras femeninas que hayan tenido papeles relevantes en el mundo.

Por otra parte, las mujeres han de trabajar sobre su propia autoestima.
Para esto es necesario crear un halo de sororidad y de confianza entre mujeres.
Como objetos expuestos a la observación y juzgadas en todo momento por cualquier conducta, culpadas de todos los males, incluso de los que son víctimas, y obligadas a responder por el bienestar de los demás, las mujeres han visto mermada su autoconfianza y su autoestima, que sólo se refuerza cuando se comportan de manera que resulte placentera a quienes las rodean, nunca para sí mismas.
Debemos depositar nuestras energías y nuestra confianza en nuestras propias capacidades como personas. Ese será el camino para reivindicar, no sólo nuestras libertades y el reconocimiento de nuestro papel, nuestra valorización, también el cambio que ha de generarse entre los hombres para que nuestro avance hacia la equiparación real sea posible.

Los hombres, han de empezar a abandonar esa posición defensiva de su status.
Estudiar las identidades masculinas y todos los perjuicios que conllevan, puede ser el primer paso hacia la búsqueda de nuevas formas de ser hombres.
Deben abandonar la creencia de que las mujeres están a su disposición, y de que por ser hombres son el referente y el sujeto, para empezar a valorar los beneficios de la igualdad, solidarizarse con sus compañeras y empezar a inmiscuirse en la búsqueda de la equidad.
A día de hoy, todavía ellos piensan que llegar a la igualdad es un problema que sólo sufren las mujeres y que, por lo tanto, únicamente a ellas les corresponde actuar. Se niegan a ver de frente su propia responsabilidad al no querer salir de una posición de dominación y de poder. Para que las mujeres puedan tener más libertades, es imprescindible que los hombres renuncien a ciertos privilegios.

Reconocer que el problema existe, será la primera herramienta para trabajar creativamente formas de conseguir la igualdad de oportunidades y el fin de la discriminación, y por lo tanto, de la violencia necesaria para mantenerla.

Lara Díaz.



Bibliografía.

La igualdad también se aprende : cuestión de coeducación / María Elena Simón Rodríguez
Madrid : Narcea , 2010

Los chicos también lloran : identidades masculinas, igualdad entre los sexos y coeducación / Carlos Lomas (comp.)
Barcelona : Paidós, 2004

El siglo de las mujeres / Victoria Camps
Madrid : Cátedra, 1998

Aportaciones para una lógica del feminismo / Victoria Sau
Barcelona : La Sal, 1986

Los nuevos hombres nuevos : los miedos de siempre en tiempos de igualdad / Miguel Lorente Acosta
Barcelona : Destino, 2009

Mujeres que corren con los lobos / Clarissa Pinkola Estés ; traducción: Ma. Antonia Menini
Barcelona : Ediciones B, 2007

El tratamiento de la agresividad en los centros educativos, propuesta de acción tutorial / Marta Rovira
Bellaterra (Barcelona) : Universitat Autònoma de Barcelona, Institut de Ciències de l'Educació, 2000

Claves feministas para la autoestima de las mujeres / Marcela Lagarde y de los Ríos
Madrid : Horas y Horas, 2000

miércoles, 24 de octubre de 2012

IDENTIDADES DE GÉNERO Iª PARTE


1º TIMOTEO 2:11-15 

2:11 La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. 
2:12 Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. 
2:13 Porque Adán fue formado primero, después Eva; 
2:14 y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión. 
2:15 Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia. 

Ego sum.

Los seres humanos, somos seres sociales. Desde que nacemos, nos enfrentamos a un proceso de acomodación, socialización y aprendizaje para encajar correctamente en el entorno en el que nos ha tocado vivir.
Para ello, debemos ser capaces de reconocer las características de ese medio/entorno, y al mismo tiempo, tomar conciencia de nuestra posición en él.

La identidad es un importante factor que nos coloca en un lugar del mundo, aquello que nos define como individuos y que nos posiciona en un referente, diciéndonos quiénes somos, a nosotras y nosotros y también al resto.
Cada individuo se identifica, a lo largo de su vida, con una serie de realidades, se ubica en unos espacios que lo definen y que le dicen a él mismo y a los demás quién es.” (Camps, 1998 : 83).
Tiene que ver con la construcción del yo, y con la estabilidad fundamental entre el ser humano, el grupo y su entorno. Autodefinirnos y formar el autoconcepto, depende del desarrollo de la identidad.

Todas las personas necesitamos pues, identificarnos dentro de un orden social, para sentir que pertenecemos a un colectivo. De este modo obtenemos reconocimiento, es decir, nos reconocemos y nos reconocen por nuestra pertenencia.
Las identidades le deparan al individuo reconocimiento social. Los demás nos reconocen como aquello que decimos y demostramos ser.” (Camps, 1998 : 83).
Sin una identidad que nos posicione, no podríamos vernos como parte de la realidad externa que observamos.

Formar parte de una determinada escuela, vivir en un barrio, haber nacido en un territorio, etc. son circunstancias determinadas por el nacimiento y más o menos inamovibles, que condicionarán algunos de nuestros rasgos identitarios. Por otra parte, pertenecer a un club deportivo, a un sindicato, a una religión, etc. son otro tipo de circunstancias, que forman parte del abanico de elecciones personales que escogemos en función de nuestros gustos e inquietudes y que también influirán en nuestros rasgos identitarios.
“Se habla de identidades involuntarias o encontradas – ser hombre o mujer, ser catalán o asturiano, ser cincuentón – e identidades elegidas – ser médico, tener tres hijos, ser de derechas, ser católico.” (Camps, 1998 : 84).

En multitud de ocasiones, nos posicionamos con relativa libertad, ya que todo aquello que otras personas ven en nosotras y nosotros contribuye en nuestras elecciones; nos vemos reflejadas y reflejados en los espejos que nos presentan.
Cuando una determinada institución nos acoge, o decidimos formar parte de ella, es porque se nos presuponen unas características afines al ideario de dicha institución, y en consecuencia, se esperará un comportamiento acorde.

Por tanto, estos rasgos de identidad no sólo nos situan en un referente reforzando nuestro sentimiento de pertenencia, sino que desarrollan caracteres de personalidad, pensamientos, ideologías y valores.
De este modo, alguien que haya nacido por ejemplo en Cataluña, puede sentirse identificada o identificado con la defensa de la lengua y la cultura catalanas, y por lo tanto definirá una serie de valores donde el catalanismo ocupe un lugar importante, y en el que además entren una serie de ideas relacionadas, como el respeto a la diversidad lingüística. Esta identidad y la ideología que la sigue, no pueden reforzarse sin el reconocimiento y rechazo de su contrapunto, que sería el unitarismo patriótico.

La mujer en la Antigua Grecia

Platón y el bereshit.

La sociedad occidental ha montado sus bases éticas, culturales y morales, sobre los pilares de la cultura grecolatina y de la judeocristiana.

De la primera, hemos heredado la visión dualista propia del platonismo, que diferenciaba entre el mundo inteligible y el sensible, separando el pensamiento racional de los sentimientos, o distinguiendo el mundo espiritual del mundo de la materia, creando la dualidad cuerpo-alma.
Todas las cosas son pues, sólo de una naturaleza o su contraria. O se es hombre o se es mujer, masculino y femenina, y por supuesto con funciones también diferenciadas y opuestas : público y privado, dominación y sometimiento, violencia y cuidados, etc.
Esta dualidad tiende también a presentar una cualidad como más importante que la otra, así, Platón consideraba más valioso el espíritiu que el cuerpo material que lo contiene.
Esa categorización y su consecuente valoración jerárquica también se produce en nuestra cultura, pero lo veremos un poco más adelante.

Como la identidad de una persona se construye a través de la socialización, es decir, que es el resultado de la estrecha relación entre el ser humano y su entorno (incluídas las personas que forman parte de dicho entorno), los valores de la sociedad en la que vive pasan a interiorizarse en el individuo. La cultura se ha transmitido durante generaciones y generaciones, perdurando la esencialidad de sus bases.

Una de las formas más eficaces en que esta transmisión cultural se produce y se implanta en nuestro subconsciente, es de manera implícita, a través del poder del mito.
Todas las culturas recurren a los mitos como una forma de perpetuar los valores existentes, como también para interpretar la realidad sobre las referencias tomadas de lo que es considerado como valioso dentro de ese marco cultural.” (Lorente, 2009 : 100).

Vemos así cómo la mitología bíblica está llena de figuras femeninas o muy virtuosas o muy perversas, cumpliendo con esa función de dualidad, ya que para reafirmar la existencia de la buena mujer, debe existir la mala mujer. Si la Virgen María es la figura de la dulce maternidad, inmaculada concepción, abnegación, paciencia y sumisión, exaltando en ella los valores que se le reclaman a la buena mujer, también existe la Jezabel perversa, que manipula a su familia y obliga a su pueblo a rendir culto a los falsos ídolos, condenándolos. O la adúltera Betsabé, que es infiel a su marido posteriormente asesinado por su amante. Y como no, la desobediente Eva, que condena a toda la humanidad comiendo del fruto prohibido y engatusando al noble Adán para que también lo haga.
Todas ellas, ejemplos de malas mujeres que deben servir al resto como lección sobre la manera en la que no hay que comportarse bajo el prisma de los valores patriarcales de la cultura católica, y que si lo hicieran, serían castigadas por los hombres, guardianes del honor y de las buenas prácticas.
Dichos valores son los que todas y todos tenemos aprehendidos en nuestros subconscientes, incluso no estando racionalmente acordes con dichos valores, no podemos desprendernos del sesgo formado por la cultura.

Pero retomando el tema, podemos decir visto el ejemplo, que algunas construcciones identitarias vienen de la contraposición o negación de otras identidades, consideradas sus contrarias : soy A porque no soy B. De modo que la construcción de la masculinidad, por ejemplo, implica la negación de la feminidad. “Ser chico es no ser chica.” (Simón, 2010 : 82).
Paradójicamente, el ser mujer también se ha construido históricamente por lo que no se tiene en comparación con el hombre : si ser hombre era poseer los órganos masculinos, los órganos sexuales que fecundan, ser mujer era no poseerlos.

Vemos pues como la identidad se construye a partir de un proceso complejo que comienza con el nacimiento, incluso desde antes, pues durante la gestación ya comienzan las adjudicaciones de los géneros en función del sexo, y de una determinada identidad vinculada a ello.

  1. Se nace con sexo femenino o masculino, con una nacionalidad, clase social, entorno familiar, religioso...
  2. Se crece hacia unas expectativas externas respecto a las características innatas antes mencionadas.
  3. Se asumen una serie de valores e idearios correspondientes a dichas características y se construye una primera identidad.

A partir de este momento, las personas podemos romper con algunos de los rasgos de identidad determinados por las circunstancias vitales, y elegir libremente otros que pueden ir en la misma línea ideológica, o ser totalmente opuestos, pero de algún modo estos cambios dependen de la información que llega a nuestras manos, no se dan en nuestra mente de manera espontánea.

Si como hemos dicho anteriormente, nuestra sociedad está implantada en los valores de la tradición grecorromana y judeocristiana, con un fuerte patriarcado y unos roles claramente diferenciados y opuestos, nuestro sexo en el momento de conocerse, va a influir sobremanera en las expectativas externas, la educación que se nos proporcione y el rol que se nos invite a desarrollar.
Del mismo modo, todos los valores de nuestra cultura impregnan los mensajes que llegan a nosotras y nosotros, a través de las instituciones, de la educación formal e informal, de los medios audiovisuales de información, de los mitos y leyendas que conforman el folclore, de las relaciones con otras personas... en fin, de todo aquello que forma parte de la sociedad.
Sin embargo la transmisión no es explícita, todo lo contrario. Nos llega de manera sutil, escondida en mensajes contradictorios, equívocos, no mostrándose claramente, pues de ese modo se evita el enfrentamiento directo con el núcleo del orden moral y se permite el éxito en la transferencia institución-sociedad-individuo, asi como su permanencia en el tiempo.
Miguel Lorente, ex-director General de Asistencia Jurídica a Víctimas de Violencia de la Consejería de Justicia de la Junta de Andalucía, lo expresa así :
Una sociedad y cultura patriarcal en la que lo normal es lo anormal, que presume de lo que carece, en la que lo visible es lo invisible, lo importante lo anecdótico, que manda mensajes equívocos para no equivocarse y que da bofetadas cuando no hay que darlas para luego decir que hay que poner la otra mejilla debe mostrar unas referencias erróneas, como muchos de esos mensajes, para de este modo evitar el conflicto con la esencia y permitir sólo las disputas entre las apariencias, fácilmente sustituibles cuando sean derribadas, de manera que los valores y el orden constituido sobre ellos sigan intactos.” (Lorente, 2009 : 226).

Un fenómeno que ha surgido de la categorización de las diferentes identidades, es su jerarquización.
Como decíamos anteriormente, el platonismo crea dualismos y superpone una categoría a otra. Al crearse diferentes identidades, comienza su comparación con las contrarias : qué soy yo y qué son las demás y los demás.
Cuando nos reconocemos, lo hacemos también definiendo lo que no somos, y valorando con un sesgo favorable hacia lo propio.
De la devaluación de lo contrario, nace también el desprecio, la competitividad y el afán por hacer prevalecer lo propio y mejor considerado.

En esos casos, la violencia se concibe como un medio para imponer los criterios exaltados y posicionarse como grupo dominante, obteniendo beneficios a costa de la comparación favorable, por supuesto, en detrimento de los demás grupos.


Lara Díaz.

domingo, 23 de septiembre de 2012

AMOR Y SEXUALIDAD, UNA MIRADA FEMINISTA


"La opresión de las mujeres encuentra en el amor uno de sus cimientos. La entrega, la servidumbre, el sacrificio y la obediencia, así como la amorosa sumisión a otros, conforman la desigualdad por amor y son formas extremas de opresión amorosa." 

"Para los hombres el amor es poder en sí, una forma de incrementar megalomanías y narcisismos, así como de ejercer su dominio sobre las mujeres y sobre el mundo. Este amor contiene la desigualdad y la jerarquía como componentes sociales de género. Por ello, las parejas diseñadas para este amor son disparejas."

                                                                                                                  Marcela Lagarde.

Descargar el artículo desde este enlace.

jueves, 30 de agosto de 2012

GUÍA DE LENGUAJE NO SEXISTA

La Unitat d'Igualtat de la Universitat de València, ha redactat una guia d'ús de llenguatge igualitari.
El llenguatge es l'espill del pensament i el transmissor de les idees, lo que no s'esmenta cau en l'oblit, i lo que es verbalitza preval. Per això, és de suma importancia esmentar el sexe femení i no usar únicament el masculí, o estarem promocionant la dominació masclista i patriarcal als nostres discursos.


Guía en castellano.
Guia en valencià.

miércoles, 13 de junio de 2012

EL VEL ISLÀMIC A LES ESCOLES


Hem vist i llegit moltes notícies sobre la controvèrsia de l’ús del vel islàmic per part de les xiquetes als instituts i a les escoles. Normalment, el conflicte sorgeix quan la direcció d’aquests centres, prohibeixen a les xiquetes usar el vel que cobreix el cabell, i no les deixen anar a classe ataviades amb ell. Les famílies normalment opten per canviar-les a un altre centre que siga més permissiu.
L’argumentari que les directives acostumen a usar en els casos que hem esmentat normalment es basa en reglaments de vestimenta del centre. En centres privats que fan ús d’uniformes, tenim prou clar que aquest argument tindria sentit; el debat comença quan es tracta de centres públics o concertats, on no existeixen rígids codis d’indumentària. Aleshores, per què prohibir l’entrada a classe d’una xiqueta que es cobreix els cabells?
Abans de donar una opinió, cal tindre en compte algunes dimensions que envolten l’ús del vel islàmic, que tenen relació amb la cultura i que són necessàries per entendre el conflicte.
Primer, el valor que se li atorga a un símbol, i les raons per les quals es valora o no. Aquest fenomen depén directament del context socio-cultural. En occident no tenim els mateixos valors que en orient, perquè la nostra cultura s’ha construït a partir del simbolisme i costums judeo-cristianes, a més d’estar marcada per esdeveniments històrics que s’han donat al nostre voltant geogràfic i no en altre, o que s’ha donat en altres llocs i ens han arribat influències. 
No estem doncs en condicions de fer dictàmens respecte a la polèmica del vel, sense una documentacio prèvia de les referències àrabs, i un treball de sensibilització i comprensió.
Les ciutadanes i els ciutadans d’occident, acostumades i acostumats a l’egocentrisme i a importar colonialisme cultural a altres països, encara no s’han proposat entendre els costums,tradicions i, en conseqüència, valors, d’orient, a pesar de la nombrosa immigració que tenim. Encara molta gent pensa que les persones migrants han d’imitar l’estil de vida occidental, mentre que ací no es fa l’esforç d’adaptació a la nova situació multicultural, mirant amb hostilitat a “l’estranger”.
ImageUn del valors que les dones àrabs li atorguen al vel és el de senya d’identitat.
Algunes persones s’identifiquen amb unes idees i porten palestines i samarretes del Xé, o amb un estil de música, i ho mostra amb dessuadores de Nirvana, o amb una corrent cultural, com ara la gòtica, i vesteixen de negre. Això és fer un ús de la roba com a senya identitària.
Moltes dones musulmanes se senten identificades amb el vel i amb el seu ús. Podem conèixer a xiques que en els seus països d’origen no fan ús del vel, però sí quan es troben a Europa. Ho fan perquè per a elles és una manera de mostrar la seua identitat àrab de la que s’enorgulleixen.
Aquest ús del vel com a reforç de la identitat seria la segona dimensió a tindre en compte a l’hora de pensar en el conflicte de la seua utilització a les aules.
Una tercera dimensió important és el concepte de pudor. 
Hem de tractar d’entendre el que suposa per a algunes dones àrabs ensenyar el cabell en públic. Imaginem per un moment el que va costar a les primeres dones que lluïren minifalda prendre la decisió de no ocultar les seues cames, en una època on la norma habitual de pudor era tapar-les per baix dels genolls. Moltes dones de l’època no varen estar disposades a sentir la incomoditat d’ensenyar les cames i continuaren usant les faldes del seu armari. De la mateixa manera, les dones xineses del segle XIX que pertanyien a les classes altes i no havien patit l’embenatge als peus, s’avergonyien d’ensenyar-los en públic.
El concepte de pudor depén de l’època, la situació geogràfica, la classe social i la cultura.
Les dones que han vingut des de països àrabs, o les seues filles que ja han nascut ací però que se senten identificades amb la cultura d’origen de les seues mares i pares, poden donar unaimportància a mostrar el cabell en públic diferent a la nostra, i això ho hem de tenir present quan es presenten casos de conflicte.
La quarta i última dimensió, i potser la més important, és la llibertat individual.
Normalment associem la vestimenta de les dones islàmiques amb la manca de llibertat, coacció de les famílies (o més concretament dels homes de la família), i discriminació de gènere.
Curiós que una societat com la nostra, incapaç d’adonar-se del seu propi masclisme, es preocupe tant de la misogínia àrab.
Òbviament, si es tracta d’aquest cas, haurem de prendre les mesures oportunes. Des del meu punt de vista, si tenim una xiqueta a classe patint algun tipus de coacció o violència a casa, apartar-la de l’escola no és una mesura oportuna, de fet, és la pitjor deciss¡ió que es pot prendre en aquestes circumstàncies.
Però hem de saber que no és habitual que una xiqueta porte vel perque l’obliguen a casa, la majoria se’l posa per pròpia voluntat. 
Podem contraargumentar això diguent que no és una decisió voluntària, sinó que ha estat marcada per la seua religió i el seu voltant, però en eixe cas toca preguntar-se quantes coses fem nosaltres mateixes per influència del nostre voltant i la nostra cultura, si la roba que ens posem és per gustos personals que no estan contaminats per la publicitat i la moda, o pel que la nostra cultura considera com adequat. Tinc un vestit que vaig dur en el casament d’uns amics, i m’encanta, però no el porte pel carrer perque no es considera la situació adequada per a eixe estil de roba, i no em sentiria cómoda. Podem afirmar que el meu entorn em coacciona a no dur el vestit?
Una xica que se sent còmoda usant vel, té la llibertat de vestir-se amb ell o sense, perquè tenim unes llibertats individuals, i elegir la teua vestimenta és una d’elles.
En el moment en què prohibim a una xiqueta entrar a escola amb el cabell tapat, estem atentant contra la seua llibertat, perquè l’obliguem a llevar-se una prenda que ha decidit posar-se i amb la qual se sent a gust.
Prohibir l’ús del vel no deixa de ser un exercici de coacció i de vulneració del lliure exercici de vestir-se en concordança amb la seua elecció.
Si ens preocupa que una xica estiga patint l’obligació paterna de tapar-se, és coherent prohibir-li dur el vel amb el mateix paternalisme i, en conseqüència, sotmetre-la també? O és aquesta una maniobra hostil?
Obligar a les xiques a que es vesteixen de determinada manera, prohibir-los entrar a escola si no s’empassen les nostres ordres i, per últim, fer-les protagonistes d’un conflicte que hem creat per falta de tolerància i posar totes les mirades en elles estigmatizant-les, és triple suspens.
Respecte als altres arguments que m’he trobat pel camí, un d’ells ha estat el de la defensa del laïcisme.
Primer de tot, cal recordar que Espanya no és un estat laic, sino aconfessional. Un segon aclariment que crec que és pertinent, és que una escola laica no és aquella en què no entra cap religió, sinó aquella en què entren tantes religions com famílies que les demanen. En un escola laica podíem trobar que a l’horari on normalment es divideix la classe entre religió catòlica i alternativa (el qual ja no defensa la laïcitat, perquè suposa l’hegemonía catòlica entre les religions), eixirien uns quans grups de xiquetes i xiquets, i cadascú aniria a una classe: religió catòlica, religió musulmana, religió protestant, evangelista, jueva, etc. Això seria l’escola laica i, en eixa situació, no tindria cap sentit prohibir el vel per defensar la laïcitat.
Una tercera puntualització respecte a aquest argument seria, tornant als valors dels quals he parlat al principi, la concepció de la religió que tenim les i els occidentals, que hem trencatmajoritàriament amb el costum d’anar a l’església els diumenges i no menjar carn en pasqua, i la que tenen musulmanes i musulmans, que estan molt més lligades i lligats a l’islam. Atorguen un valor a la religió molt més fort que el que tenim la majoria de la població ací.
Un altre argument que s’escolta sovint és que a les dones que viatgen a països musulmans se les obliga a tapar-se els cabells, aleshores, el nostre país ha de comportar-se igual, i obligar les dones àrabs a destapar-se.
Bé, cal aclarir que, llevat de països on és una imposició de l’estat (Afganistán, Iran) i és molt condemnable perquè atempta contra les llibertats individuals, la resta de països àrabs no obliguen a cap dona a posar-se vel. Només quan vols entrar a temples i mesquites, on hi han codis de vestimenta basats en els seus conceptes de respecte.
Però, a mi em feren fora d’una església a Itàlia quan vaig estar de visita, perquè portava pantalons curts i samarreta sense mànigues. Hem d’obligar, aleshores, a totes les dones catòliques a llevar-se la jaqueta i els pantalons llargs? Aquesta és una idea revengista i que no té trellat.
La part més important d’aquest tema, i del que encara no he parlat, és que el protagonisme no és nostre.
Si s’ha de fer un debat sobre l’ús del vel han de ser de les dones musulmanes, són elles qui han d’entrar a parlar d’això i a les que encara no hem obert la porta.
Les hem tractades com a víctimes, com a xiquetes, com a sotmeses i fanàtiques religioses, però no els hem preguntat per la seua opinió, i no podem pensar que aquest debat és nostre. Ens afecta com a dones, però no som nosaltres les qui portem el vel, per tant, no hem d’acaparar la discussió, i sí convidar a aquelles que es veuen afectades per aquestes decisions.

Lara.